Érase una historia antigua, contada en las noches claras frente al fuego. Una historia contada de generación en generación en voz baja. Repetida y recordada pero prohibida. Una historia contada en secreto. Una historia de un héroe que lucho contra los ángeles que trataban de arrebatarle la libertad de pensar y ser diferente.

Los ángeles habían empezado a gobernar muchos años antes de que él naciera. Los ancianos cuentan con la voz dulcificada por el paso del tiempo, que los ángeles, poseídos por odios milenarios, capturaron las risas que coloreaban las caras de sus habitantes, que se volvieron grises y moribundas. Robaron las muestras de cariño entre las personas y lo único que podía escucharse en los hogares eran dañinos reproches. Decidieron alimentar la desesperanza y ya nadie confiaba en el futuro.

Cuenta la historia, que él se alzó contra esa tiranía. Busco en el fondo de los bosques dónde decían que se escondían los antiguos. Y tras superar muchas dificultades consiguió encontrarles.

Y estos le ofrecieron su ayuda porque sabían que su causa era justa. Y le llenaron de símbolos la piel para que le protegieran; y le ofrecieron sus armas hechas de sueños y templadas con el agua salina de sus lágrimas; y le forjaron un yelmo de la plata de la corona del más grande de los suyos y estaba coronado de un penacho de las alas de sus enemigos.

Y con los amuletos de su cuerpo, las armas hechas de ilusión y tristeza, y el yelmo con los símbolos de la amistad y del odio, se dirigió a dar muerte a los ángeles que habían esclavizado a su pueblo.

Y acompañado por el coraje de saberse vencedor, cabalgó sólo durante días atravesando bosques milenarios, desiertos abrasadores como su ímpetu, lagos profundos y misteriosos… y no se detuvo ni un solo instante.

La ilusión de los antiguos le servía de alimento y sus lágrimas calmaban su sed. La tristeza le ayudaba a aferrarse a todo aquello por lo que debía luchar. Los sueños se desplegaban ante sí como una puerta dorada que se abría hacia otras vidas anheladas. No tenía miedo porque comprendía que la confianza de los antiguos era verdadera y le conducían hacia adelante. Y con la fuerza del odio de los ángeles entró en la batalla que duró eternidades.

Derribó a cientos gracias al poder que los antiguos le habían otorgado, pero era superado ampliamente en número y “los alados” eran fuertes y poseían el poder de las armas y de las palabras. Sobrepasado por el enemigo, desapareció del campo de batalla y del mundo.

Los ángeles tras la batalla, borraron su nombre y prohibieron contar su historia. Pero aún, siglos después, su pueblo cuenta la historia del héroe sin nombre que se alzó contra los ángeles y fue derrotado. Y esperan, junto al fuego, su regreso para dar libertad a su pueblo.


Relatado por Mutsiwa y Huidobro