La oscuridad es casi total y el suelo, irregular, pero él avanza sin titubeos, palpando las paredes, tropezándose de vez en cuando, pero sin detenerse. Ya no corre; está cansado y la sangre seca que nota en la cara le recuerda que no es una buena idea. En algún momento tiene que aparecer esa maldita luz al final del túnel, pero claro, tampoco tiene muy claro cuanto tiempo lleva andando. Sin embargo, está convencido de saber donde se encuentra y de avanzar en la dirección correcta. La luz está a punto de aparecer, está seguro, y mas le vale porque si no está condenado. Sus ojos se han acostumbrado a la falta de luz pero aun así apenas ve nada; de todos modos no hay mucho que ver. Tampoco oye ningún sonido excepto sus propias pisadas. El hombre se alegra de esto. Cuando lo último que has visto son las paredes cubiertas con las vísceras de tus amigos, la falta de visión es tranquilizadora. Cuando el último sonido que ha llegado a tus oídos es una mezcolanza entre gritos de una multitud aterrorizada y chillidos insoportablemente inhumanos, el silencio es confortable. 

Sin embargo, cada pocos minutos está a punto de darse la vuelta, cada vez tiene que hacer un esfuerzo mayor para obligarse a avanzar, y teme que su convicción flojee, porque al fin y al cabo, es lo que le sacará de este sitio infernal. Sabe que es injusto, pero no puede evitarlo. No ha sido culpa suya ¿Cómo va a serlo cuando a duras penas ha conseguido llegar hasta aquí? No era razonable exigirle más, nadie sensato lo haría. Al menos nadie que se encontrara en su misma situación; es muy cómodo juzgar a los demás sentado en el sillón de casa. Pero a la hora de la verdad no todos pueden ser héroes; no, no todo el mundo puede y el que diga lo contrario se miente a sí mismo. Sí, eso es: el ha hecho todo lo que podía, y ha salvado el pellejo, no se le puede echar nada en cara. 

Nota como su resolución vuelve a crecer y más animado aumenta el ritmo, pero de repente se detiene. Se dice a sí mismo que es para descansar un rato, pero ya intuye que no va ser así. Lo va a hacer. Va a dar la vuelta. Tiene que hacerlo, es lo correcto, piensa. Es lo correcto, pero es un suicidio también. Se queda apoyado en la pared, indeciso unos instantes. Si continua adelante, llegará a la salida, al aire puro, a la civilización, y ya pensará en qué historia contar. Si regresa, acallará los remordimientos y probablemente no regrese jamás. Maldita sea, no es justo, en esas situaciones el instinto de supervivencia dicta las normas, la adrenalina se impone a las obligaciones implícitas aprendidas en la sociedad. Pero ahora está pensando con claridad y depende de su libre albedrío. No tiene excusas. De mala gana, empieza a volver sobre sus pasos, maldiciendo en voz baja.

Nadie podría imaginarse que una simple visita turística a esa enorme excavación arqueológica terminaría así. Lo que más le molesta es que nada es como en los malditos cuentos sobre monstruos. Ni antiguas leyendas, ni rumores de los lugareños…nada. El viaje no tenía nada de aventurero ni de imprudente. De hecho él se estaba aburriendo. Hasta que aparecieron esas…cosas.

Empieza a reconocer detalles: un viejo candil colgando, las cajas apiladas contra la pared, doblar esa esquina, ahora la cuesta abajo. El ascensor. Temblando, se introduce y activa el mecanismo para descender. El chirrido de las poleas le parece intolerablemente alto. Que cojones estoy haciendo, se pregunta. Lentamente, los números que indican los niveles se van sucediendo. Intenta tranquilizarse. Sus oídos están muy sensibilizados, por eso le parece que hace tanto ruido. Nota como el ascensor toca el suelo y se detiene. La puerta se abre y ve ante sí el largo pasillo. Hay luces parpadeantes en el techo, así que se orienta enseguida. Aparte del zumbido de los fluorescentes, el único ruido que oye es el de las goteras aquí y allá. Ni un alma, pero el niño ya debería llegar llegado hasta aquí, a pesar de lo despacio que andaba (muy despacio, recuerda). Hace mucho calor aquí abajo, piensa, mientras se pasa la mano por la frente para quitarse el sudor. El pasillo parece no acabar nunca, pero sabe que sí que tiene final, y lo que hay allí, y no tiene la más mínima intención de acercarse más de lo necesario.

Se detiene confundido y mira a su alrededor sin ver ninguna pista ¿adonde puede ir un niño solo y asustado? Su mirada se posa sobre algo que no vio cuando estuvo aquí antes. Una puerta, pero alguien la ha dejado abierta. Decide coger algo para defenderse. Se agacha y coge un pico viejo apoyado contra la pared, pero al levantarlo se desprende la parte metálica y se queda con el mango en la mano. Tras reflexionar durante unos instantes acerca de si es menos inútil un pico sin mango o un mango sin pico, se decide finalmente por la segunda opción. Fantástico, un palo de madera contra esas bestias inmundas, piensa resignado mientras se acerca a la puerta cautelosamente. Lee el cartel:

SALIDA DE EMERGENCIA

Más allá de la puerta encuentra unas escaleras. Se queda mirando estúpidamente, como si pudiera hacer desaparecer la escena sólo con sus ojos, pero las escaleras no desaparecen. Una maldita salida de emergencia. Seguramente lleven al nivel inmediatamente superior, donde habrá otro ascensor para llegar a la superficie. El pequeño cabrón tal vez ya esté fuera y salvo, mientras él ha bajado hasta la boca del lobo. No tiene tiempo ni para lanzar un juramento porque en ese instante oye un sonido desde el fondo del túnel, en algún punto situado entre él y el ascensor. Algo avanza en su dirección, ora arrastrándose pesadamente por el suelo, ora saltando de manera torpe y trabajosa . Nota como la mano se le cierra rígidamente alrededor del palo. Respira con dificultad. El corazón le golpea violentamente el pecho. Le duele la sien, parece que la cabeza la va estallar. No puede creer su mala suerte. Quizás el bastardo se ha deslizado por un túnel lateral. En cualquier caso, no puede volver sobre sus propias pisadas; su única opción es subir corriendo por estas escaleras, que no le oigan, rezar para que no haya bifurcaciones, encontrar un ascensor, esperar que baje rápido (puesto que el crío lo habrá utilizado para subir) y saber orientarse en el nivel superior en una zona que no conoce. Si falla algún eslabón de la cadena, está muerto.

No se atreve a dar el primer paso, por temor a revelar su posición, pero en algún momento tendrá que darlo. Se da cuenta de que si no alcanza la superficie no sólo nadie conocerá su gesto de valor, sino que lo considerarán un cobarde ¿Así es como funcionan las cosas para los héroes? Nota poco a poco un sentimiento de tranquila dignidad que se va apoderando de su estado de ánimo, una incomprensible entereza dadas las circunstancias. Mira el mango que sostiene en la mano y sonríe. Se precipita sobre las escaleras y empieza a correr.

3 comentarios:

Bebiendo de los clásicos, eh??... Me alegra que te lances a la aventura.

Interesante presentación de sensaciones. ¿El héroe acabaría con la amenaza o sabiendo que sólo el corre peligro, abandonaría el lugar corriendo?

¿Un niño? el paradigma del terror puro, no hay nada que dé más canguelo en una historia de terror que un puto crío.

Carras... ¿que te voy a decir que no sepas??? eres grande escribiendo... pero eres mucho mejor como colega.... eso, no hay palabras que lo definan.... crack!!!!!!