Bueno, vamos con otro relato existencial de éstos que suelo escribir... a ver qué os parece gente, paz y amor.


“Sólo un par segundos y todo se calmará”... pensó dándose ánimos a sí mismo... la verdad es que nunca se había sentido con el valor suficiente para enfrentarse a los retos... evitaba por completo la complejidad de las cosas y se declaraba un amante de lo sencillo, aunque sabía con total seguridad que esto tan sólo era la pobre autojustificación que empleaba para evitar reconocer que temía desesperadamente la posibilidad de fracasar. Resulta sorprendente que un hombre que se siente como un completo y absoluto fracaso se desespere por ocultarse esa imagen, que la acepte sin siquiera rebatirla o ponerla a prueba... es curioso que las personas no nos demos cuenta de que al ocultarnos algo a nosotros mismos lo que estamos haciendo de alguna manera es afirmarlo con más fuerza que nunca, y que todos los esfuerzos que hacemos por mantener esa idea oculta son nuestra carta de presentación ante los demás...

Pero esa mañana, y quizá sólo por cumplir la excepción que siempre cumple la norma, había decidido llevar a cabo algo por sí mismo, y parecía totalmente dispuesto a hacerlo; Quería enfrentarse de una vez por todas con ese maldito lado oculto al que tanto temía... y esta vez, estaba seguro, iba a suponer su gran victoria final.
“Son sólo unos segundos” pensó “después todo se calmará”.... paseaba por la calle despacio, siempre había pensado que la prisa te hace pasar por la vida sin posibilidad de mirar a los lados, de contemplar lo que te rodea, por ello le gustaba andar despacio, mirando todo aquello que se cruzaba en su camino: jardines y sus plantas, carritos de bebé empujados por hombres o mujeres, niños jugando, el viento meciendo las hojas... y cada detalle del paisaje, cada hermoso detalle, le hacía aún más desgraciado, pues le hacía recordar que él jamás podría disfrutar de esa belleza que era capaz de admirar pero, paradójicamente, no podía sentir... Y lo había intentado, ponía a Dios por testigo de que lo había hecho... pero su innata capacidad de transformar lo hermoso en una flecha de angustia directa a su corazón se había impuesto sin excepción alguna a todos sus intentos, ya fuesen mundanos o divinos.

Dobló la esquina y se encontró de frente con la calle empinada y estrecha que culminaba en aquella iglesia enorme del siglo XVIII ennegrecida por el paso del tiempo; Antes de llegar a ella pasó por delante del taller mecánico, del bar “El legado de Enrique” y de la tienda de móviles... pasó sin fijarse, como siempre... “el hombre es tan sólo un maldito animal de costumbres” pensó “llevo casi diez años volviendo a casa por el mismo camino, no puedo ni siquiera cambiar eso...”; Ya había pensado más veces en esa calle como el símbolo de su derrotada vida. Siempre había creído que la rutina y la falta de novedad es lo que hace que al final todo parezca ridículo, homogéneo y aburrido... el ver las mismas caras, siempre los mismos gestos y las mismas palabras le habían llevado a convencerse de que el hombre necesita innovar, sentir cosas nuevas... y él ni siquiera era capaz de volver a casa por otro camino... Quizá fuera porque toda esa sensación de vacío y monotonía se veía contrarrestada por la cálida sensación de seguridad que sentía cuando no se alejaba de sus costumbres, cuando podía prever con valiosa exactitud qué es lo que iba a suceder a cada momento... y esa maldita sensación irreal de seguridad era lo que había acabado de sellar su perdición.

Sin embargo ahora estaba dispuesto a hacerlo y por una vez en la vida no era por los demás, quería demostrárselo a sí mismo, quería saber que era capaz, borrar de su mente esa sensación permanente de impotencia... así era como se sentía... cada vez que quería definirse a sí mismo pensaba en el mar y en su eterno intento por alcanzar la costa... ese interminable esfuerzo baldío que interpreta en una interminable canción… y él era ese mar, sólo que él no sabía donde estaba su costa y ¡qué diablos!, hacía ya mucho tiempo que había dejado de interesarse en saber qué le esperaría al alcanzarla, hacía ya muchos años que había abandonado su búsqueda.

“Sólo unos segundos y todo se calmará”... rodeó la iglesia admirando el alto campanario, su silueta negra siendo la forma sobre un fondo formado por el cielo plomizo que amenazaba tormenta le llenaba de esa alegría melancólica que, de alguna forma que sólo él podía concebir, le daba la fuerza que necesitaba para sobrevivir en un mundo que a buen seguro no había sido hecho para él. Siguió caminando por la calle trasera de la iglesia, una calle antigua con viejos faroles enganchados con cadenas a las paredes cada pocos pasos, faroles antes encargados de iluminar sombríamente esa misma calle y ahora convertidos, uno sí y uno no, en modernas farolas que quizá cumplieran con mayor eficiencia su cometido, pero que borraban de un solo plumazo la magia del tiempo pasado.
Como todos los días la calle estimuló su fantasía… como todos los días él ya no era él… era el capitán Diego Alatriste y Tenorio paseando desafiante durante la primera mitad del siglo XVII, ataviado con su sombrero de ala ancha calado hasta las cejas, controlando de reojo su capa por si le fuera necesaria para evitar cualquier mala cuchillada en uno de esos estrechos callejones, y con una mano posada sobre la empuñadura de su Toledana y la otra orientada hacia el otro lado de su cinto, donde una hermosa Vizcaína colgaba orgullosa, balanceándose al ritmo de sus pasos. Se imaginaba escrutando cada recodo de la calle, examinando cada centímetro de oscuridad a la espera de que su particular Gualterio Malatesta le retase, como siempre que volvía a casa, a ese ansiado duelo a muerte del que siempre salía victorioso, eso sí, con más de una herida que presentaba bastante mal aspecto...
Sin embargo la imaginación, su mundo de fantasía acababa siempre por difuminarse cuando la calle terminaba, torcía unos metros a la derecha y comenzaba el descenso a su propia calle, la que le recordaba que ni él era diestro con la Toledana y la Vizcaína ni jamás había conseguido ganarle uno de esos duelos a Gualterio Malatesta que, en el mundo real, pasaba de ser un italiano con muy mala leche a ser la vida que le había tocado sufrir; A veces pensaba melancólicamente que él era su propio Gualterio Malatesta, que era demasiado fácil echar balones fuera culpando a la vida como la causante de todos sus problemas pero que, bien mirado, el único que le retaba a muerte y le derrotaba continuamente no era otro que él mismo.

“Sólo unos segundos y todo se calmará”... metió la llave en la cerradura del portal y empujó la pesada puerta de acero. El frío tacto de su superficie recorrió en un escalofrío todo su cuerpo; Recorrió con paso pequeños la breve distancia hasta las escaleras y comenzó a subir... nunca se había parado a pensar por qué no le gustaba usar el ascensor, podía recordarse a sí mismo dentro de él muy pocas veces en toda su vida, y la mayoría de ellas debido a aquella escayola que le acompañó durante unos meses hacía ya unos cuantos años... “Quizá”, se dijo, “se deba simplemente a una cuestión de salud... al fin y al cabo subir y bajar cinco pisos varias veces al día es una buena ayuda para mantenerse en forma”... una sonrisa acudió de inmediato a su boca pues sabía, como sucedía en otras muchas ocasiones, que ese tipo de afirmaciones eran las que le mantenían apartado de la verdadera esencia de las cosas, una hermosa explicación de cara a la galería que le ayudaba a seguir manteniendo oculto su cara inaceptable para él. “Es cierto”, comenzó en voz baja, “que jamás me ha importado lo más mínimo mi estado de salud, bebo y fumo cuanto quiero y jamás he hecho deporte con el propósito de mantenerme en forma... y aunque mi constitución es delgada puedo asegurar que no se debe en absoluto a mi dieta o a mi dedicación para conseguirla... no, si subo a diario por las escaleras es para evitar ese maldito ascensor... le tengo miedo... no porque piense que puede caerse o porque al entrar en él me sienta encerrado y note una sensación de ahogo y desesperación... no... seguro que no se trata de eso... la razón de evitarlo es que ese maldito cajón cerrado representa mi vida, una vida monótona, solitaria, que discurre a la espera de las subidas y bajadas del destino... una vida incómoda en la que deseas que entre alguien de una vez para transformarla... pero que cuando alguien lo intenta, como cuando coincides con alguien en el ascensor, se convierte en un incómodo intruso de tu intimidad que sólo produce alivio cuando por fin se aleja... resulta curioso” continuó, “que las pocas veces que me he visto obligado a utilizarlo haya sido a causa de aquel esguince que me hice precisamente bajando las escaleras… hay veces que nuestras maniobras de huída nos acercan ineludiblemente a aquello de lo que huimos y queremos evitar…”.
Con un pequeño salto subió el último escalón y se dirigió hacia la letra “B” de su puerta a la vez que sacaba la llave del bolsillo. “Rac” “Rac”, dos vueltas a la llave y estaba en casa... “Sólo unos segundos y al fin todo se calmará”. Una ola de calor hizo que se le sonrojara la cara al entrar en casa, “realmente la calefacción funciona bien” se dijo... le encantaba esa sensación de frío intenso típico de su ciudad, ese frío que se agarraba con fuerza a sus huesos como una mano helada, y el contraste brutal de sensaciones al entrar en casa, donde podía pasar horas enteras al abrigo del calor mirando el hermoso invierno a través de la ventana... “el invierno es triste, oscuro y solitario... yo soy invierno”...
Se quitó el abrigo y se dirigió a la cocina; Lo dejó encima de uno de los taburetes que había frente a la repisa del fondo y comenzó a preparar un Brugal con Limón. Un vaso, dos hielos y una mitad de ron y la otra de Kas... Se dirigió hacia el salón y abrió la puerta del armario de frío cristal... la sacó acariciándola suavemente, casi con ternura, y la dejó junto con la copa en la pequeña mesa redonda que tenía junto al sillón. “Son sólo unos segundos... después todo se calmará”. Era en ese sillón en el que se sentaba cada día a leer, era allí donde se fraguaban sus fantasías, donde se convertía por arte de magia en todos y cada uno de los personajes que aquellos diestros escritores describían en sus letras, permitiéndole a él la libertad suficiente de completar la imagen trazada por los autores.
Se sentó despacio, dejando que su cuerpo se acomodara sobre el sillón para notar, como era costumbre, esa cálida sensación de descanso y bienestar. Cogió la copa y le dio un largo trago, notando como el dulce sabor del ron bajaba como en un torrente por su garganta...y allí, recostado en aquel sillón que era su enlace más directo con lo que él entendía como felicidad, comenzó a recordar…
Se vio a sí mismo cuando era sólo un niño, vio su pueblo, aquella casa solitaria rodeada de jardines, con los perros jugueteando como en un sueño... y recordó los días de escuela en aquella pequeña sala en la que comenzó a perder la inocencia... y mientras recordaba dejó la copa en la mesa, su dedo meñique volvió a acariciarla, de nuevo con esa sórdida ternura... “Sólo un par de segundos, después todo se calmará”.
La cogió suavemente y notó su sabor en la boca... y recordó los partidos de fútbol con sus amigos en aquel viejo frontón, y todas las veces que lloró al ver como la realidad echaba por tierra sus ilusiones... su dedo índice se contrajo...
Y recordó aquellos columpios en los que tantas veces había jugado, aquellos columpios de acero... y recordó los fines de semana viajando hacia la ciudad en aquel coche de acero, y vio a su abuelo contándole viejas historias en su sillón de acero; Recordó aquel primer beso y el sabor a acero de aquellos labios, contempló aquel cielo estrellado y aquellos ojos de acero… Recordó el humo de los bares y las copas de acero, las palabras de acero de sus antiguos amigos… Recordó aquella camisa de acero que llevaba su madre el día en que la vio llorar por primera vez y aquella expresión de acero que tenía su padre en la cara cuando le pidió perdón… ese día se había convertido en un hombre; Recordó la suavidad de aquel pelo de acero, y las húmedas lágrimas de acero en aquellos ojos cuando se marchó lejos de ella… El sol de acero bajo el que dijo su primer “te quiero”, y aquel río de acero en el que aprendió el sentido de la amistad…
Y recordó palabras, caras, gestos, objetos y situaciones… todas importantes para él y todas de acero… y lo último que recordó fue aquella maldita bala de acero…

Y entre todos sus caóticos pensamientos sólo uno permanecía absolutamente claro…

“Tan sólo han sido unos segundos… y al fin todo se ha calmado”

4 comentarios:

Para algunos, efectivamente, la vida es así: un ascensor en el que entra y sale gente, y sabes hacia donde te lleva y aun así no lo detienes.

¿Y cómo vas a detener el ascensor? Ese va solo. Pero entiendo por dónde va el padre Carras, es mejor nadar que dejarse llevar por la corriente.
Me ha jodido bastante sentirme identificado con el protagonista, pero así ha sido en algunas ocasiones, no sé vosotros. Un relato negrísimo, ambientado en Pereña, según parece, ¿inspirado en alguien en concreto?

No jónido, no está ambientado en Pereña... el día que haya una tienda de móviles y una iglesia así en Pereña los simios dominaran el mundo... la iglesia se supone que está escrito pensando en la de la calle Toro, la calle antigüa es la de la Clerecía y lo del bar lo he puesto como pequeña referencia al bar de la family de Pereña... el tipo puede ser cualquiera, imagino... o no... nu sé!!!!!!

aahhhhhhhh!!!!! El morbo, que me puede.